Mandalaband

Notas de Liricas Progresivas

Mandalaband - The Eye of WendorMANDALABAND - EL OJO DE WENDOR (1977)
 
Voces principales - Eric Stewart, Maddy Prior, Graham Gouldman, Justin Hayward, Kevin Godley, Paul Young
Voces de respaldo - Friday Brown, Fiona Parker, Lol Creme, David Rohl, Martin Lawrence, Kim Turner, Ian Wilson, Steve Broomhead
David Rohl - Pianos, piano Vox, sintetizadores, clarinete, efectos de sonido
John Lees - Guitarras eléctricas
Steve Broomhead - Guitarra acústica y eléctrica
Jimmy McDonnell - Guitarra
Bajo - Les Holroyd, Pete Glennon, Noel Redding, Alf Tramontin
Woolly Wolstenholme - Melotrones, sintetizadores, Cornetas Moog
Kim Turner - Batería, Rototoms, Glockenspiel, campanas tubulares, tímpanos, congas, Tam-Tam
Kim Turner - Batería, Rototoms, Glockenspiel, Vibes, congas, castañetas, percusión
Trompetas - Andy Wardaugh, Mark Gilbanks
Trombones - Andy Crompton, Mike Carlton, Dave Gorton
Cuerdas - Hallé Orchestra
Coro - The Gerald Brown Singers
otros

                    

   Historia en Español

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Cuando llegaron a las defensas externas de la ciudad Florián vió una extraña y maravillosa vista, en un campo que bordeaba la calzada, y allí contempló una gran horda de hermosos caballos blancos, como nada que haya visto antes. Ellos eran fuertes con largas y salvajes melenas, barbas y poderosas alas dobladas a cada lado. Florián no podía creer lo que veía y mientras miraba fijamente maravillado se escuchó una llamada a lo lejos. Las grandes bestias prestaron atención y se movieron con graciosa velocidad a la esquina más alejada del campo donde una bella doncella estaba sentada encima de uno de esos asombrosos caballos. Usaba un vestido largo ligero blanco y alrededor de su cuello colgaba una corneta plateada.

Florián, paralizado por la vista que contemplaba, no escuchó a Brant llamarlo mientras cabalgaba a su lado, al darse cuenta que el muchacho se había rezagado. Le exhortó a Florián que continuara porque el tiempo era esencial, asegurándole que aprendería de todas esas cosas a su tiempo. Cabalgaron juntos hasta más allá de las puertas de la ciudad.

Los caballos hicieron un ruido estrepitoso al recorrer las estrechas calles adoquinadas que se doblaban bruscamente a medida que ascendían a los niveles superiores de la ciudad. Alrededor de Florián sólo pudo ver el deterioro y el abandono. Pocas personas se movían en la ciudad y es como si estuviese en un mundo crepuscular al que le hubiesen quitado los colores de la vida dejando sólo grises y sombras. Su mirada se fijó de Brant buscando consuelo pero su rostro era severo, su mente dirigida hacia el camino adelante sin quitar la vista a ningún otro lado. Delante de una última curva había una gran entrada con un rastrillo que conducía al nivel
más elevado y al fin de su viaje.

Los guardias de la entrada reconocieron el uniforme del despacho de Brant y las puertas se abrieron a la llegada del grupo. Así entraron al gran patio del palacio, rodeados por todos lados de pilares altos. El capitán y sus hombres desmontaron antes del ingreso a un gran edificio. Indicando a Florián que lo siguiera, entraron y con gran velocidad cruzaron el piso jaspeado que se extendía ante ellos.

Rápidamente se trasladaron hacia el estrado al fondo, el trono estaba vacío. A un lado se sentaba un hombre de unos treinta y cinco veranos, con una multitud de cortesanos alrededor suyo. Al ver a Brant se levantó y lo abrazó como se hace con los buenos amigos. Así que un Florián nervioso conoció a Damien, amigo de la infancia de Brant y Príncipe Heredero, hijo del Rey Aenord. Su calidez derritió cualquier ansiedad de parte de Florián porque lo recibió como un invitado y los llevó hacia un salón más pequeño por su anfitrión Real donde había esparcido vino y comida para su uso. Durante la comida el Príncipe Damien y Brant hablaron y se enteraron que el Rey yacía gravemente enfermo y por ello no pudo recibirlos como era la costumbre con invitados de tal importancia. Sin embargo, se hicieron arreglos para tener una audiencia con el Rey en sus  recintos privados cuando acabara la comida.

Y así sucedió que cuando se acercaba la noche, Florián fue conducido a través de pasajes y patios hacia las puertas de roble que conducían a los Aposentos Reales. De pronto estaba en frente al gran Aenord, de quien tanto se había cantado por trovadores que recorrían los bosques de Midvale, el Rey Aenord, fundador de la nueva dinastía, constructor de la ciudad, y por quien se había nombrado la ciudad.

El Rey le hizo un gesto a Florián con lágrimas en sus ojos, porque el viejo sabía que la larga búsqueda por fin había dado frutos y el futuro de su gente podía ser redimida. Hablaron tranquilamente por algún tiempo y Florián casi sintió como si su propio padre estuviese hablándole como en los días de antaño junto a la chimenea en esas largas noches de invierno. Pero pronto el médico de la corte le pidió al Rey que descansara, ya que estaba muy débil debido a su edad. Cuando Florián se disponía a marcharse, una mano huesuda salió de las sombras y lo tomó de la muñeca. En frente suyo estaba Almar de Nacholis, el adivino y consejero personal del Rey. Antes que el desconcertado muchacho pudiese hablar, fue arrastrado por largos corredores y escaleras hasta que el anciano lo llevó hacia las almenas superiores del palacio. Sin detenerse para descansar, Almar siguió adelante, con su apretón bien cerrado sobre la muñeca de Florián. Hacia arriba recorrieron un gran tramo de pasos de piedras que conducían a una puerta de roble a mitad de camino de la torre más alta empequeñecido por el coloso de Aenord parado detrás de la meseta. Florián fue empujado a través de la gran puerta que se cerró estrepitosamente detrás de él. Así se halló en la Torre de Almar entre líquidos burbujeantes y filas de pociones que llenaban la penumbra. Florián fue interrogado implacablemente hasta el amanecer por el viejo, porque quería saberlo todo acerca de Florián para averiguar si realmente era el muchacho de quien habían soñado tanto, el elegido que podría regresar la piedra mágica a sus dueños legítimos.

Florián se despertó para darse cuenta que estaba en una pequeña habitación acogedora pero sin recordar cómo llegó hasta allí. Miró fijamente a la habitación, se levantó y salió al balcón para observar a la ciudad. Se escuchó una llamada desde abajo en el patio, era Brant que se dirigía a comer un abundante desayuno, pero no trató con muchas ganas que Florián se le uniera.

Ursula y Florian sobre IthylmarCon seguridad era una mañana vigorizante y aún los cielos grises parecían estar deleitados con un aire expectante. Brant debía completar el reporte de sus viajes al concejo de los ancianos, por lo que Florián preguntó si podía recorrer la ciudad. El capitán estuvo de acuerdo y lo escoltó a las puertas del palacio donde dejó a Florián para ir a su reunión. Al muchacho le pareció haber vagado por horas a través de calles polvorientas y descuidadas antes de llegar a las puertas principales de la ciudad y fuera del camino. De pronto, desde arriba en los cielos descendió uno de los grandes caballos blancos, con sus alas creando grandes remolinos de aire mientras se posaba gentilmente en el camino al frente de Florián. Sobre el lomo de la noble bestia estaba la joven doncella a quien el muchacho había visto la tarde anterior a su llegada. Ella se desmontó y se le acercó, con sus mechones rubios cayendo sobre sus hombros y la corneta plateada en su cintura.

"Soy Ursula, hija de Aenord. Mi hermano me pidió que te llevara a la reunión de los ancianos para que conozcas la historia de nuestra gente y la tarea que te espera".

Ella extendió su mano y guió a Florián a su corcel, que mordisqueaba el pasto a un lado del camino. El muchacho retrocedió cuando se dió cuenta que ella quería que cabalgara en la parte trasera del caballo. Le tomó a Ursula unos momentos convencer al nervioso Florián que Ithylmar, el líder de los Equestra (como ella llamaba a los caballos blancos) no permitiría que les ocurriese nada malo y que él experimentaría una gran alegría, más estimulante que cualquier otra cosa que le haya sucedido antes.

Aferrado a la larga melena blanca del caballo, Florián cerró sus ojos mientras las estruendosas pisadas los llevó hacia el camino. De pronto se alzaron en el aire y sólo el sonido del viento resonaban en sus oídos. Sentimientos de temor y de entusiasmo inundaban a Florián con gran emoción mientras el gran semental ascendía hacia el cielo y hacia la gran estatua. Florián casi estaba triste por dejado el lomo del gigantesco semental mientras se apeaban sobre una pequeña meseta al frente del coloso. Brant y Damien llegaron para darles la bienvenida mientras se desmontaban y juntos entraron al círculo de asientos de piedra al pie de la estatua, que
era el lugar para el concejo.

Se le pidió a Florián que se sentara entre los ancianos al lado de Brant mientras Damien se preparaba para hablar. Se paseaba de un lado a otro reuniendo sus pensamientos y luego viendo a la congregación, el Príncipe Heredero de los Cartilianos habló de la historia de su gente.

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